La revolución tecnológica que nos está tocando vivir ha llegado para alterar prácticamente todos los ámbitos de nuestra vida. Si hace apenas una década pensábamos que era internet la que nos iba a cambiar la vida, apenas unos años después explotaron las redes sociales, más tarde la economía móvil gracias a millones de apps y servicios asociados y, como era de prever, ese terremoto ya está afectando seriamente al mundo real. A ecosistemas como los de la iluminación, que han visto cómo las viejas lámparas daban paso al moderno LED. Así con todo, ¿sabes por qué deben desaparecer las bombillas halógenas?
Qué es una bombilla halógena
El principio que permite tener luz a partir de una lámpara incandescente es gracias a un componente conductor, normalmente de tungsteno, que gracias al vacío que se crea dentro del vidrio permite a los filamentos no oxidarse y calentarse hasta alcanzar ese característico tono rojo blanco. En algunos casos, esas bombillas van cargadas con un gas inerte (por ejemplo Argón) que facilita que los componentes de la bombilla funcionen sin miedo a deteriorarse rápidamente.
En el caso de las lámparas halógenas recurren a ese mismo principio pero evolucionándolo sensiblemente: el filamento está fabricado con Wolframio y se instala dentro de una bombilla rellena de gas inerte y una pequeña cantidad de halógeno, que puede ser Yodo o Bromo. La gran diferencia con las bombillas de toda la vida es que en el vidrio se sustituye por un compuesto de cuarzo capaz de soportar temperaturas de 250ºC que son necesarias para que se produzca lo que se conoce como "ciclo halógeno".
Las mejoras respecto de las bombillas incandescentes es que es posible fabricar modelos más pequeños de una potencia mayor, cuenta con un rendimiento energético más eficiente y su vida útil también es más larga, alcanzando el rango comprendido entre las 2.000 y las 4.000 horas de funcionamiento. Curiosamente, se trata del sistema más utilizado en Europa, de ahí que la Unión Europea corriera a eliminarlas desde el pasado 1 de septiembre de 2018, momento en el que se proclamó la obligatoriedad de adoptar la tecnología LED en tareas de iluminación.
¿Qué problemas generan las bombillas halógenas?
Dejando a un lado bulos infundados que llegaron a hacer creer que las luces halógenas provocaban cáncer, la razón principal de la prohibición llevada a cabo por la Unión Europea tiene que ver con dos aspectos fundamentales: por un lado el consumo energético (ya que necesitan más electricidad y generan más calor), que es muy superior al de la actual tecnología LED y, por otro, los abundantes residuos que generan y que en su mayoría acaban depositados en el medio ambiente: su proceso de reciclaje, por si fuera poco, conllevan un gasto que no se recupera en su totalidad.
Por todo ello, llevan tres años prohibida su fabricación y distribución dentro de todos los países miembros. Concretamente, el veto de estas bombillas llega gracias a la aplicación del Reglamento 2015/1428 de la Comisión Europea, de 25 de agosto de 2015, y que se refiere a "los requisitos de diseño ecológico para las lámparas de uso doméstico no direccionales".
¿Qué diferencia una bombilla halógena de otra LED?
La principal diferencia radica en que las lámparas LED no recurren al principio de calentar un filamento hasta la incandescencia para generar luz, sino que se trata de un conjunto de diodos (componentes electrónicos con dos terminales que permiten la circulación de la corriente a través de ellos) capaces de emitir luz. Un proceso que llevan a cabo de una forma mucho más rápida, prácticamente instantánea desde que las encendemos, y que consumen menos energía y tampoco se calientan.
Además, las bombillas LED tienen un ciclo de vida más largo y son mucho más ecológicas ya que todos sus componentes pueden ser reciclados para infinidad de usos. Por si fuera poco, la utilización de estas lámparas permiten un ahorro en el consumo dentro de nuestros hogares, por lo que también nos beneficiamos de una factura de la luz más rebajada. Algunos estudios llegan a situar esa rebaja de energía en cerca de un 90% respecto de las lámparas incandescentes y/o halógenas.
Esta prohibición de las lámparas halógenas estaba prevista que se llevara a cabo mucho antes, en 2016, pero los precios de la tecnología LED no garantizaba que todos los hogares pudieran adoptarla inmediatamente. La demora hasta 2018 consiguió reducir ese coste y hacerlo mucho más accesible. Prueba de ello es que en la actualidad están plenamente normalizadas y aceptado su uso.